El Evangelio contado a los escépticos
Jesús con María:
un trato filial respetuoso
(aunque a veces pudo
parecer lo contrario)
La respuesta está en Dios
Tu opinión
Puede que en alguna ocasión al escuchar algún evangelio en el
que aparecen María y Jesús a la vez, te hayas sorprendido por el
tono aparentemente despegado, en ocasiones, de éste para con
su madre. Quizás incluso te ha parecido impropio de aquel que
proclamaba el Amor como sentido de la vida. Y, posiblemente, te
hayas quedado con la duda sobre como se desarrolló de verdad
la relación materno-filial entre ellos.
Porque, sí, es verdad. En ocasiones la expresión de Jesús, la
forma de decir las cosas, lo que dijo y como lo dijo sugieren, a
primera vista, una relación algo tensa y poco afable, poco
cariñosa por parte de Él.
El problema (el principio de la respuesta al tema) reside en este
“a primera vista”. ¡Cuantas veces en los evangelios, a veces
explicados por los evangelistas con cierta parquedad de palabras,
faltan o parecen faltar detalles, matices, concreciones que nos hubieran ayudado a entender mejor los textos!
Mediante este “a primera vista”, grandes pintores crearon excelentes obras pictóricas que sin embargo no interpretaron
correctamente los evangelios (véase el artículo «De ciertas interpretaciones erróneas sobre Jesucristo… provocadas por
algunos pintores bienintencionados”, que hallarás en esta misma web). Mediante el “a primera vista” nos inducimos nosotros
mismos a error por no entrar más fondo en el profundo significado del texto evangélico. Y es que hay que meditarlo,
repetidamente, para darse cuenta de estas cosas. Muchas órdenes religiosas no incurren en estas interpretaciones falsas
gracias a una práctica que llevan a cabo, constantemente, y que consiste precisamente en esto: la reflexión “masticando el
evangelio”. Le llaman “Lectio divina” o “Escuela de la palabra”, por ejemplo, y es una práctica que os aconsejo vivamente. (En
la web de la Orden de Predicadores, los Dominicos, podéis encontrar su versión: http://www.op.org/es/lectio).
Examinemos tres episodios en los que aparece María, bajo la lupa de su relación maternal con su hijo, Jesús.
El primero hace referencia al siguiente pasaje evangélico (transcrito de la Biblia de Jerusalén). Lo narran tres evangelistas:
Mateo en el capítulo 12, versículos del 46 al 50, Marcos en el capítulo 3, versículos del 31 al 35 y Lucas en el capítulo 8,
versículos del 19 al 21.
Lucas es el más sucinto. Los de Mateo y Marcos se parecen mucho, aunque el de este último es algo más prolijo. Es el que
estudiaremos. Dice así:
“Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar.
Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están
fuera y te buscan.»
El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?».
Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre.»”
¿Desconsideración? ¿Desaire? ¿Desestima?
(Inciso: lo de “hermanos y hermanas” ha sido suficientemente explicado hasta la saciedad: no se trata de hijos de su misma
madre, sino que en aquellos tiempos con esta expresión se englobaba a los parientes más próximos. Jesús hablaba arameo y
en esta lengua y en el hebreo esa era la interpretación de “hermano”).
¿Tuvo Jesús que dejarlo todo para apresurarse a recibir a su familia? Ni mucho menos. Por una parte, en ningún sitio dice que
no los recibiera “después” de atender a las personas que estaban con él escuchándole. Quizás sí que el desaire lo hubiera
tenido para con ellos, para su audiencia. Se supone y, como digo, no se dice nada en contra en el texto evangélico, que fue a
recibir a su madre y familia más próxima “a continuación”.
Por otra parte, lo que Jesús sí quiso dejar claro, clarísimo, es que el verdadero parentesco, el capital e insustituible se tiene con
Dios Padre, no con el padre o la madre de aquí, que Áquel es el más importante, vital, y que, en consecuencia, los verdaderos
familiares son aquellos que le siguen, cumpliendo su voluntad. La relación filial con el Padre Dios, es mucho más importante
que la que se tiene con la madre o el padre terrenal, aunque sin que eso pueda justificar ninguna desatención con los padres
biológicos. De hecho, uno de los mandamientos de la ley de Dios es, ni más ni menos, “Honra a tu padre y a tu madre”. En
consecuencia, Jesús no podía contradecir este mandamiento.
Teniendo en cuenta que se encontraba rodeado de un corro de gente, lo primero, para El, era terminar las enseñanzas que les
estaba impartiendo (siguiendo la voluntad de Dios). Sus familiares podían esperar, evidentemente.
No se negó a verles, no envió a decirles que se fueran, no hubo ningún desprecio ni falta de consideración, Simplemente, lo
primero era lo primero: servir a su Padre, que para eso había venido. Y cumplirlo... su obligación.
De parecida forma, en otra ocasión Jesús utiliza el mismo argumento. Se trata del episodio que recoge San Lucas en su
evangelio, en el capítulo 11 y versículos 27 y 28:
“Alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»
Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»”
Una corrección fraterna destinada a poner de manifiesto el mismo concepto: La verdadera filiación de un seguidor de Cristo se
establece con Dios… porque esto es lo principal que debería importarnos en nuestra vida.
Tampoco parece muy amable Jesús con su madre “a primera vista” en el episodio del viaje que efectuaron los tres a Jerusalén y
de la búsqueda y posterior encuentro del hijo que María y José, sus padres, llevan a cabo y que nos cuenta sólo Lucas (capítulo
2, versículos 41 al 51):
“Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.
Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.
Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y
conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus
respuestas.
Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu
padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.»
El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.”
Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas
en su corazón.”
No es que Jesús no fuera amable con sus padres, es que fue tan lógico que no se entiende muy bien porque sus padres lo
buscaban… A ver, me explico:
Sólo se busca aquello de lo que se desconoce su posible paradero. Cuando pierdes el reloj, lo buscas, pero si sabes que “debe
de estar” en la mesilla de noche, lugar habitual donde lo dejas siempre, ya no lo buscas, vas, simplemente, a encontrarlo “allí
donde debe de estar”.
Otro ejemplo: si necesito entregar algo a mi hijo urgentemente ¿donde iré a encontrarlo?¿lo buscaré por algun otro sitio que no
sea la oficina en la que trabaja y que, sin lugar a dudas, es el sitio “en que debe de estar”?
¿Veis por dónde voy?
Y reflexiono… y me pregunto… ¿por qué María y José buscaron a Jesús por toda la ciudad durante tres días? ¿No sabían que
el único sitio lógico, según el interés que estaba animando su vida en los años anteriores, era el templo, adorando, estudiando,
comentando, rezando… o llevando a cabo cualquier otra actividad en él alrededor del hecho de ser, ni más ni menos que el
Hijo de Dios?
Es evidente que no habían incorporado aun, al ciento por ciento, quien era realmente Jesús. El difícil, dificilísimo camino de
comprensión que María había emprendido el día en que el ángel le anunció a quien iba a infantar seguramente no había
terminado aún. En el mismo evangelio y en su versículo 51 se explica: “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas
en su corazón”; para ir comprendiendo, asimilando, incorporando en su mente y en su corazón la verdadera filiación de su hijo:
la divina.
María, un dechado de humildad, había aceptado su destino de ser madre de alguien a quien el ángel había descrito así:
“Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.”
(Lucas 1, 32-33)
¡Ahí es nada! María aceptó sin comprender por completo ya que el ángel se lo anunciaba… pero de eso a entender ciento por
ciento algo tan extraordinario como que de su vientre saldría alguien tan transcendental, el mismísimo Hijo del Altísimo…
¡Pobre María! Doce años tenía ya su hijo y quizás aun no acababa de asimilar su verdadera identidad transcendente. Ya en
Belén, cuando los pastores contaban a María y José lo que los ángeles les habían dicho sobre aquel niño: “María, por su parte,
guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lucas cap. 2, vers. 19). Si, María fue aprendiéndolo
paulatinamente. Y es que… era demasiado grande la personalidad de Jesús como para que alguien tan humilde como ella
pudiera incorporarlo fácilmente en su mente y en su corazón.
Por eso la extrañeza de Jesús (que debió de llevarse un cierto disgusto al ver que su Madre aun no había entendido por
completo cual era el único sentido de su vida). No le recrimina que le buscara, sino el hecho de que hubiera tardado tanto
tiempo en encontrarlo (tres días): ¡su madre debía de saber donde hallarlo!
Jesús esperaría a que sus padres le vinieran a buscar. Quizás la “pérdida” de contacto fuera debida a una mala interpretación:
tanta gente, el barullo de la partida de la caravana, un despiste momentáneo… y Jesús se queda sólo. Como Él no puede echar
a correr por el desierto tras la caravana por razones obvias, decide esperar a que sus padres se den cuenta y vuelvan a
buscarlo. Como hubiéramos hecho nosotros en parecidas circunstancias en una época en la que no existían los móviles, los
correos electrónicos, los mensajes instantáneos, etc. que lo hubieran hecho todo mucho más fácil.
La respuesta de Jesús a la queja de su madre:
“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.”
(Lucas, 2, 48)
fue muy clara y lógica:
“Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”
(Lucas 2, 49)
Y María conservaba estas cosas en su corazón (versículo 51) e… iba asimilándolo.
En resumen: un nuevo ejemplo de que el Hijo de Dios sólo podía tener un objetivo, una motivación, un lema para su vida: servir
a su Padre, a Dios. Incomprendido, sí. En aquella época y en nuestros días, sólo algunos santos lo tuvieron claro. Como
cuando Santa Teresa de Jesús (la de Avila) lo definía con aquellas tres famosas palabras que lo resumen todo:
“Sólo Dios basta”
(Santa Teresa de Jesús)
Y que Jesús fue siempre respetuoso en su relación filial con María lo prueba el episodio de las bodas de Caná, donde a pesar
de que no ha decidido aun darse a conocer, lo hace, avanzando así sus planes sólo por respeto a la petición intrínseca de su
madre, que desea intervenga impidiendo el fracaso de la boda a la que asisten ambos al haberse quedado los organizadores
sin vino, algo grave en la sociedad de aquel tiempo.
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Ilustración:
Vidriera «Encontrar al Niño Jesús en el templo» en la Saint John Neumann Catholic Church (Sunbury, Ohio)
Autor de la foto: Nheyob (Own work) [CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via
Wikimedia Commons.
(Efectuado nuevo encuadre sobre el original).